dijous, 21 d’abril del 2011

Imagínate en la peor de tus pesadillas…


Un día te despiertas y tu país ya no es tu país. Literalmente. Por votación internacional de Estados cuya existencia puede que incluso ignoraras, tu territorio ha sido dividido en dos, por lo que el 52% de tus tierras pasan a manos de un país que hasta entonces no existía… con todo lo que ello implica.
Dicho cambio seguramente te resulta algo molesto, por lo que tratas de resistirte… lógicamente, con todo tu derecho. Aunque resulta ser que el invasor tiene buenos recursos, y mejores amigos.
Ante la violencia del atacante, con gran impotencia, a los supervivientes de tu familia no les queda más remedio que separarse: algunos salen del país y van a refugiarse a Estados extranjeros; otros abandonan la región invadida y consiguen instalarse en los nuevos límites del país; y los últimos se quedan a resistir al agresor y ser el vivo y amargo recuerdo de la verdadera esencia del lugar.
El invasor, no satisfecho con lo que hasta ahora ha conseguido mediante un discurso supuestamente histórico e ingentes cantidades de sangre y horror, todavía no tiene bastante… y continúa conquistando más y más rincones de tu tierra arrasada, ante el silencio internacional y con todo el dolor de tu pueblo.
Lamento comunicarte que tampoco tengo buenas noticias acerca de tu familia.
Los refugiados, tras muchos años de esperanza en el retorno, tras tanta paciencia, todavía no consiguen regresar… pues el invasor está cada vez mejor asentado: a pesar de su barbarie cosecha victorias territoriales, políticas y económicas en la escena internacional. Son ya tantos años que la presencia de tus hermanos comienza a incomodar a quienes les dieron refugio, se sienten amenazados y van cercenando los derechos de los tuyos: ya no pueden ejercer un gran número de profesiones, no se les permite tener propiedades, viven hacinados en campos que se vuelven día a día más peligrosos e inhabitables, las casas empequeñecen, los alquileres suben…
No quisiera seguir dándote malas noticias, pero no puedo mentirte.
Los que alcanzaron a asentarse dentro de las nuevas fronteras de lo que un día era tu país, se encuentran bastante incomunicados. El invasor está consiguiendo aislarlos, es un buen estratega y sabe bien que separándolos físicamente romperá también su unidad social: construye muros, impone controles militares, lanza tanques a las calles, siembra el miedo… Realmente podríamos decir que, obviando la considerable reducción de superficie, tu país se ha multiplicado: ya no tienes uno, sino cientos. Uno de estos pequeños países se ha convertido en la mayor cárcel a cielo abierto del mundo. No estamos seguros de qué ha ocurrido con tus familiares, puesto que los constantes cortes de electricidad complican las comunicaciones con el exterior; el ejército invasor controla cada una de las fronteras y restringe duramente la libertad de movimientos, tanto de bienes como de personas… Nada entra, nada sale… Hasta ahora los túneles alivian un poco su asfixia, pero los constantes ataques y bombardeos, y el bloqueo que ya dura años, va degenerando el entorno y los espíritus. La supervivencia ya no es posible sin la ayuda humanitaria internacional que entra con cuentagotas.
Por lo que respecta a los que quedaron en el país de nueva creación, dicen de ellos en el extranjero que viven en el único país democrático de la región. Sin embargo, dicha democracia no reconoce a amplios sectores de la población, y es que pertenecen a otra raza y a otra religión. Podría parecer a ojos ajenos que son los que mejor suerte han corrido, pues tienen hasta pasaporte y se mueven con algo más de libertad… Pero, ¿cómo te sientes tú al saber que en tu propio país –al que le han amputado el nombre, el idioma, la cultura, la religión, las tradiciones, las gentes… la vida– no se reconoce ni tu nacionalidad? ¿Cómo crees que es vivir bajo las órdenes de tu invasor, estudiando su historia, con su lengua, con sus soldados como compañeros de clase, con sus prejuicios, su odio, su limpieza étnica, su separación racial…?
Tranquilo, pronto vas a despertarte. Pero antes te endulzaré un poco el sueño… No puedo garantizarte un desenlace feliz, pero reconozco que tienes de qué estar orgulloso. Cada día más personas de todo el mundo apoyan a tu país, se organizan y luchan por él. Tu tierra y tu gente se han convertido en símbolo de la lucha de los pueblos por la justicia y la libertad. Tu familia es la imagen de la resistencia y el coraje humano. Tu pueblo está demostrando al mundo que la sonrisa no se pierde, que la lucha continúa, que la paz es posible… 
Ahora… tú y yo tenemos la suerte de poder despertarnos y volver a una pacífica aunque discutible feliz normalidad.
Por desgracia, muchas y muchos miembros de tu familia siguen atrapados en la pesadilla.
La tierra de la digna lucha es Palestina. El resto ya debes saber quién es.
La pesadilla no termina verdaderamente mientras el mundo entero no disfrute de una justa libertad. Y aunque pudiera parecer lo contrario, hay mucho que podemos hacer.
 Janis Piñana Fernández

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